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Luis Sánchez Cerro: de presidente del Perú a cazador del tesoro de Catalina Huanca
El exmandatario se rindió ante la leyenda de la hija de un famoso curaca y movió cielo y tierra para intentar hallar las riquezas escondidas.
La historia de Perú no solamente es la que se nos cuenta en los libros que nos hacen leer en la época escolar. Detrás hay muchas cosas que no las enseñan en los colegios, pero que deberían hacer para darnos cuenta de qué tan lejos pueden llegar algunos personajes de nuestra vida republicana que en algún momento lideraron al país.
Uno de esos capítulos está relacionada con el expresidente del Perú de principios de la década de 1930, Luis Miguel Sánchez Cerro, quien no solo llegó al poder mediante un golpe de Estado a Augusto B. Leguía, primero; y luego en elecciones democráticas. Al menos eso nos hizo creer.
Aunque su gobierno duró apenas un par de años, debido a que fue asesinado por un fanático aprista, Sánchez Cerro pasaría a la historia peruana por implantar la libertad de culto y reconocer legalmente el divorcio. Y también por promover la búsqueda de un antiguo tesoro inca en lo que hoy es el distrito de El Agustino. Esta es su historia.
Tal como lo hicieron los nazis en la película ‘Indiana Jones y la última cruzada’, esta vez alguien logró convencer a Sánchez Cerro que en el cerro de San Bartolomé, contiguo a El Agustino, se encontraba el tesoro escondido de la antigua curaca inca Catalina Huanca.
Ese personaje especial fue el general Alejandro Barco, quien en 1972 fue el autor del libro ‘Los tesoros de Pachacamac y Catalina Huanca’, en el que narraba las aventuras a las que se había adentrado cuarenta años atrás.
En este libro, de un rigor histórico discutible, aseguraba que una joven Catalina le consultó a su buena amiga Santa Rosa de Lima si entregar su tesoro serviría para ayudar a aplacar el dolor espiritual y material de la gente de su raza.
A lo que la joven y futura santa le habría respondido que los antiguos dios andinos no estaban muertos y que la humanidad no estaba lista para ellos. Si esta conversación entre ambas alguna vez se dio, nunca lo sabremos.
De igual manera, en el libro de Barco (que se terminaría convirtiendo en ministro de guerra de Sánchez Cerro) apuntaba que Catalina Huanca era hija de Machu (Viejo) Apo (Gran Señor) Alaya, cacique de Hanan Huanca (1525-1546).
Nacida en 1543, y descendiente directa por el lado materno del inca Huáscar, heredó una gran fortuna tras la muerte de su padre. Tenía dos casas enormes casa en Lima: una en Chosica y la otra en la Lima virreinal, en la Calle del Carmen.
Más adelante esta última propiedad sería parte de la famosa Quinta Heeren. También señala Barco que Huanca era una devota y caritativa católica que seguía las enseñanzas del arzobispo Jerónimo de Loayza y de, como no, Santa Rosa de Lima.
Siguiendo con la leyenda del general, Machu Apo Alaya solo le reveló el secreto que del lugar en donde habían sido escondidos (de la avaricia española) los tesoros del Templo de Pachacamac a Catalina, a pesar de tener muchos hijos.
Más tarde ella misma se lo confesaría a su primo Titu Cusi Yupanqui, uno de los grandes incas de la zona de Vilcabamba, pero el espíritu de su padre se le apareció al sobrino para advertirle que no debería buscar el tesoro ni mucho menos contar el secreto.
Luego Titu se enamoró de Catalina, pero la joven lo terminaría rechazando acusándolo de ser polígamo y de adorar a otros dioses que no era el judeocristiano.
Finalmente, Catalina murió en 1637 con 94 años y cuenta Barco que lo hizo pura y casta, pues no conoció hombre en su vida.